Reseña de Mito made in USA, de Xan Eguía (Dyskolo, 2024)
Por Jesús Aller
Los humanos presumimos de sabios en el nombre de especie que nos otorgamos a nosotros mismos, y creemos haber ido depurando nuestro intelecto a través del tiempo hasta un apogeo de la racionalidad, con la ciencia como referencia única e indiscutible.
Sin embargo, no es difícil darse cuenta de que operan en nosotros poderosos mecanismos de dudosa justificación lógica, que parecen asentados en cimientos profundos de la mente. Los antiguos elevaban como parte esencial de su cultura sus sofisticados mitos, que nos siguen marcando, pero junto a ellos podrían analizarse las mitologías que hemos creado nosotros y nos influyen a cada paso.
Xan Eguía (Vigo, 1975) ha estudiado la impregnación del mito en la cultura popular actual en una serie de trabajos previos que incluye dos libros: Alien, una teoría sexual. Género, monstruos y ciencia ficción (2016) y Mitología Futura. De Neo a Prometeo: construyendo el nuevo mito (2017), y ha desarrollado además una intensa labor como ilustrador. En Mito made in USA, recién editado por Dyskolo, nos ofrece un recorrido por la cultura americana, de la literatura, el cine y los comics a los ritos sociales y políticos, que le sirve para caracterizar la nueva conciencia mítica que opera en ella.
Resulta revelador el acercamiento que se hace en el libro a autores como Mircea Eliade, Roland Barthes o Joseph Campbell, entre muchos otros. Con ellos aprendemos que el mito ilumina un mapa interior y aporta claves decisivas de nuestro pensamiento, pero que las grandes construcciones simbólicas pueden también evolucionar y ajustarse al espíritu de cada época. Hoy una marca ineludible es el beneficio económico, hasta en las manifestaciones más ínfimas, y pagaremos gustosos por unas zapatillas con un símbolo que revela distinción o por la camiseta con el nombre de nuestro ídolo. Estamos en el reino de Moloch y el gánster, quintaesencia de su culto, es una figura admirada. Como Al Capone, que hubiera llegado a alcalde de Chicago de habérselo propuesto.
Los mitos dan sentido a todo y se sirven de todo. Rastrear los detalles del billete de un dólar muestra a las claras una nación con un “destino manifiesto” y un anhelo imperial. Todo trasciende en los símbolos y mensajes que decoran el rectangulillo de papel. La sociedad que se afana en pos de esta meta podrá contar con la ayuda de seres con extraños poderes procedentes de otros mundos, aunque insólitamente caucásicos. Se trata de criaturas dispuestas, como Supermán, a defender a los débiles y hacer que triunfe la justicia, como cualquier mesías religioso, pero que en el fondo preservan el statu quo social.
No puede soslayarse la pasión de los norteamericanos por las armas, herencia de un pasado en el que el país se construyó arrebatándolo a sus habitantes originarios. Se enfrentan aquí el mito del salvaje, condenado al exterminio, y el del cowboy, héroe colonizador. Décadas después, las road movies siguen obsesionadas por ese viaje en el que el horizonte es un símbolo, pero en realidad toda la vida norteamericana queda impregnada de esa visión hasta hoy. Así, la política exterior puede estar regida por la Cowboy diplomacy, y la tarea se prolonga con la colonización de la Luna, Marte y otros mundos. Eguía se recrea en un recorrido por los géneros y subgéneros cinematográficos que manifiestan la impronta de este espíritu.
El cine bélico ha sido otro gran instrumento para asentar el mito de un país con un destino a conquistar con sangre, aunque no faltan digresiones para constatar errores que jalonan el camino, como el Apocalypse Now de Coppola. Las nuevas generaciones educadas en este mensaje son candidatos idóneos para abastecer los ejércitos imperiales, y su mentalidad será un fiel reflejo de lo que vieron en la pantalla. No obstante, la atormentada vida posterior de algunos de los que arrojaron las bombas atómicas sobre Japón demuestra que el borrado completo de la compasión es difícil de materializar.
El mito se agazapa también en otros géneros literarios y cinematográficos, como nos prueba Eguía con sus reflexiones sobre las entregas sucesivas de Supermán, Tarzán, El planeta de los simios, La guerra de las galaxias, Matrix, Rocky o King Kong. En cualquiera de estos casos, se reconoce el mito por la respuesta fisiológica y psíquica que despierta en nosotros: “Se hincha el pecho, a veces quedando sin aire, sentimos cierta trascendencia e importancia en lo que sucede, la garganta se cierra y casi llora, se expande una sensación grandiosa, tan muscular como emocional.” En el pasado combatían guerreros como Aquiles, pero hoy el detonante de la hierofanía puede ser un actor o una estrella del deporte. Eguía rememora a Cassius Clay y su epopeya como un buen ejemplo de esto. Y hay mucho que aprender de la sabiduría y el comprometido pacifismo de este héroe del cuadrilatero.
Otro evento mítico en la historia reciente norteamericana es el acceso a la presidencia de Barack Obama en 2009. El análisis del proceso revela una dinamización de elementos patrióticos y mesiánicos y una retórica idealista con un fuerte recurso a la emotividad. El resultado final es la transformación del debate político en otro fuera del tiempo y de carácter arquetípico, que moviliza estratos profundos de la mente. La antítesis de esto podría ser Donald Trump, que tras el fracaso del idealismo mítico exprime sin duda la fascinación del electorado por las figuras del multimillonario, el gánster o los casinos, animadas eso sí, con el estribillo del Make America greal again!
Psicópatas y asesinos nutren también el universo mítico. Un caso especial entre ellos es el de Theodore Kaczynski, conocido como Unabomber, que envió explosivos por correo a informáticos, aerolíneas y universidades, y asesinó de este modo a tres personas e hirió a veintitrés. En un manifiesto publicado en 1995, Kaczynski critica el mito contemporáneo y su distopía prometeica, que nos hace jugar a ser como dioses con la ciencia y destruir el mundo y a nosotros mismos. Eguía discute las semejanzas entre la cabaña en la que este terrorista vivió varios años en un bosque de Montana y la que Henry David Thoreau construyó junto a la laguna de Walden. Se trata de dos casos de cuestionamiento por los hechos de un orden social enfermo, pero Thoreau acertó a perfilar como remedio una lúcida estrategia de unión mística con el entorno natural y solidaridad humana, y alentó el uso de instrumentos poderosos como la desobediencia civil.
Estados Unidos está marcado por la herencia de la esclavitud y sufre aún una penosa segregación racial, con guetos, drogas y violencia martilleando el presente. Estas realidades se proyectan por los artistas en universos distópicos, que el libro trata extensamente también, lo mismo que los iconos de la feminidad impuestos por la moda y el star system, o las nuevas tendencias del blockbuster, ese producto cinematográfico que quiere ser una factoría de mitos populares. El tiempo arquetípico, primigenio o remoto en la era clásica, se extiende hoy a un pasado próximo y se prolonga hacia el futuro, y lo más positivo de esto es que así la literatura y el arte pueden ser vehículos para expresar la necesidad de trascendencia perdida por los abismados egos de la jungla capitalista.
Idolatramos la racionalidad, pero sabemos nuestra mente sometida a resonancias incatalogables. La realidad es que trabamos nuestro mundo con metáforas y símbolos poderosos, y para elegir hacia dónde vamos lo poco que podemos escoger nunca será la solución de una ecuación. Los antiguos construyeron sus mitos en forma de narraciones intemporales que expresan lo que sobrevive para dotar a la vida de sentido, y si queremos entender el mundo actual no tenemos más remedio que estudiar cómo perviven en él los viejos mitos y cuáles son los nuevos que compiten con ellos para conformar nuestra visión. Con Mito made in USA, Xan Eguía nos descubre, en un viaje que logra ser erudito y fascinante a la vez, la infinita capacidad mitopoyética de la metrópoli imperial que rige en estos momentos el planeta.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.
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