La publicación por parte de la editorial Dyskolo de la tragedia “Medea la encantadora”, de José Bergamín, cuenta con el doble mérito de publicar una obra prácticamente desaparecida de los catálogos editoriales, recuperando con ella a un autor perseguido durante el franquismo y marginado por la transición por su firme posicionamiento republicano. La publicación de esta “explosión trágica en un acto”, como la subtituló su autor, llega además a pocas semanas de que se cumpla el 121 aniversario de su nacimiento.
José Bergamín continúa siendo hoy a grandes rasgos, en el panorama de las letras castellanas, un fantasma, estatuto que él mismo empezó a reivindicar a partir de su segundo exilio a mediados de los años sesenta. Un autor de una amplia y desigual obra literaria -ensayos, textos, poemas-, que en muchos casos sólo han podido leerse en primeras ediciones, cada vez más valoradas en el mercado del libro de viejo, y por lo tanto alejadas del gran público.
Defenestrado de la generación del 27 por muchos críticos, que creyeron vengarse de ese modo del pasado militante de Bergamín, y expulsado por dos veces de la España franquista, Bergamín fue uno de los intelectuales españoles más conocidos y con más prestigio de Europa, durante el periodo de la guerra civil, y posteriormente en el continente americano durante su largo exilio por México, Venezuela y Uruguay.
Formó parte de la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura y al inicio de la Guerra Civil y en 1936 fue nombrado presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, puesto desde el cual organizó un año después el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura. Como recuerda Rafael Narbona “Durante la guerra civil, siempre mantuvo que no serviría de nada derrotar a los rebeldes, sin implantar una verdadera revolución social”.
Más tarde hubo de exiliarse y no regresó a España hasta 1958, pero en 1963 tuvo que marcharse de nuevo por firmar un manifiesto, denunciando las torturas contra los mineros asturianos en huelga. “El propio Manuel Fraga ordenó su salida de España. Bergamín no regresó definitivamente hasta 1970 y nunca se tragó el cuento de la Transición pacífica y ejemplar. Enseguida entendió que la Reforma establecía un consenso de mínimos para garantizar los intereses de la dictadura y la impunidad de sus crímenes. Este punto de vista le costaría la exclusión de los medios y una campaña de difamaciones que ni siquiera hoy se ha disipado”.
Los últimos años de su vida los pasó en el País Vasco donde se cumplió su última voluntad de “ser enterrado en Hondarribia para no dar mis huesos a tierra española”.
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